Ayuntamiento de Zaragoza

Cementerio de Torrero

Su Historia

Durante los últimos años del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX, numerosas órdenes y decretos obligaban a los ayuntamientos a la construcción de cementerios municipales. Sobre todos ellos, el que tuvo mayor eficacia fue el decreto de las Cortes el día 1 de noviembre de 1813 que ordenaba que se dispusieran en toda España, en el plazo de un mes, cementerios provisionales en los que fueran inhumados todos los cadáveres hasta que se construyeran los permanentes, queriendo poner así fin a la dispersión de los enterramientos en diversos lugares dentro de las ciudades.

Tradicionalmente en Zaragoza, como ocurría en todas las ciudades y pueblos de España, los cadáveres eran enterrados en el interior de las iglesias, en los cementerios o fosales que las parroquias tenían en el exterior de ellas y en los conventos y monasterios. Desde el año 1791, el Real y General Hospital de Nuestra Señora de Gracia poseía, muy cerca de Zaragoza, en el camino que conducía a la cartuja de la Concepción, un cementerio en el que se sepultaban todos aquellos enfermos que fallecían en el Hospital y que no tenían sepultura propia en el interior de su iglesia, en su cementerio o en ninguna de las parroquias de la ciudad. Este cementerio del Hospital de Nuestra Señora de Gracia es el que se convirtió, a partir del año 1814, previo acuerdo de la Sitiada del Hospital, en el cementerio provisional que el decreto ordenaba, provisionalidad que duró hasta el mes de septiembre del año 1823. Con anterioridad, el Ayuntamiento había intentado acomodar para tal fin las ruinas del destruido convento de Trinitarios Descalzos, extramuros de la ciudad. En la actualidad subsiste este cementerio que antaño fue del Hospital de Gracia y hoy es propiedad de la Diputación Provincial, conocido popularmente como Cementerio de la Cartuja.

La historia del Cementerio de Torrero comienza en el año 1823. Desde este año, el Ayuntamiento de Zaragoza comenzó a hacer las gestiones para construir un cementerio permanente en la margen derecha del Canal, cercano a Zaragoza, en la zona llamada Monte de Torrero. El coste de las obras proyectadas para la construcción ascendió a 135.058 reales de vellón que el Ayuntamiento distribuyó entre todas las parroquias zaragozanas, ya que cada una de ellas dispondría de un cuadro de sepulturas en propiedad. De todas las parroquias la única que costeó su parte correspondiente fue la de San Pablo, ya que las demás, según los informes, alegaban que no disponían de fondos.

Comenzaron las obras el día 30 de noviembre de 1832 adjudicándoselas en subasta a Bernardo Nobella por un importe de 152.000 reales de vellón, de los cuales 100.000 fueron pedidos al Ministerio de Hacienda.

Después de diversas dilaciones producidas por el mal estado de las arcas municipales y el poco apoyo que el Ayuntamiento tuvo por parte de las parroquias, fue inaugurado solemnemente y bendecido por el entonces arzobispo de la diócesis de Zaragoza don Bernardo Francés Caballero, el día 2 de julio del año 1834.El primer recinto tuvo una extensión de unas sesenta mil varas cuadradas.

La calle central del cementerio, que discurre en sentido norte-sur, se comenzó a formar en el año 1844 y fue construida la primera manzana de nichos en el año 1866. El día 6 de febrero de 1867 el cementerio pasó a ser dependencia totalmente municipal.

La primera ampliación se llevó a cabo entre los años 1935 y 1936, tomando parte de los terrenos que quedaban a la izquierda de la entrada principal. Una segunda ampliación tuvo lugar en el año 1966 y se incorporaron en el mismo recinto los cementerios civil, musulmán, evangélico y alemán, que antes tenían ingresos distintos. En la actualidad, el cementerio tiene una extensión de 405.642 m2 y dispone desde 1974 de un nuevo complejo funerario que incluye, además de los servicios tradicionales, dos recintos comunitarios para realizar ceremonias de cualquier confesión religiosa; cuatro velatorios con salas independientes para la exposición de cadáveres; sala de autopsia; cámara frigorífica; horno crematorio y tres despachos para celebrantes de distintas confesiones.

Numerosos hombres ilustres han sido inhumados en el cementerio de Torrero a lo largo de su más de siglo y medio de existencia. De entre todos ellos, podemos hacer mención de don Agustín Alcaide, condecorado por el general Palafox; don Miguel Salamero, defensor de la ciudad en el primero de sus sitios; los catedraticos Bruno Solano y Cosme Blasco y Val, este último cronista de la Ciudad; del ilustre polígrafo y padre de la patria aragonesa Joaquín Costa, fallecido en 1911; del periodista Mariano de Cavia; del tenor Miguel Fleta, muerto en el año 1938; de la pianista Pilar Bayona y, por último, de Don José Camón Aznar, fallecido en 1979, zaragozano ilustre que donó a Aragón su rica colección de arte creándose con ella el Museo e Instituto de Humanidades que lleva su nombre y del que en otro capítulo se trata más largamente. Todos ellos y otros más recibieron sepulturas o terrenos gratuitos por parte del Ayuntamiento, reconociendo de esta forma la gratitud de la ciudad por sus méritos.

Los cementerios, desde su fundación, se convirtieron en lugares donde, en recuerdo de los difuntos, se levantaban complejos monumentos funerarios en los que se aunaba la arquitectura y la escultura. El cementerio de Torrero es un ejemplo de este tipo de ciudad de los muertos, donde florecen los bellos panteones y las capillas funerarias.

Desde el punto de vista estructural varios son los tipos de enterramientos que en él encontramos. Podría ser el más sencillo el tipo de fosa, cubierta con el panteón de piedra o simplemente con una cruz en la cabecera. Es éste el enterramiento en tierra más generalizado. Para los miembros de una familia se dispuso la cripta subterránea, con nichos, que al exterior puede estar cubierta con panteón, en algunos casos de gran monumentalidad escultórica o con capilla funeraria provista de altar en el que pueden celebrarse los diversos oficios religiosos. Por último, se han impuesto en los últimos años, aunque la primera manzana fue construida, como ya antes se ha hecho mención, en el año 1866, el enterramiento en nichos que economiza considerablemente el espacio necesario para las sepulturas.

Desde el punto de vista estilístico, hay una gran variedad en la elección de formas para los panteones y las capillas funerarias. En la arquitectura se va a dar, en primer lugar, una gran influencia del clasicismo. Se construyen algunas capillas funerarias siguiendo los esquemas más puros de la arquitectura clásica, con variedad de motivos decorativos, algunos de los cuales no están del todo dentro de la ortodoxia religiosa católica, aunque siempre se contrarrestan con la presencia, irreemplazable, de la cruz. Hay algunos panteones y capillas funerarias en los que el estilo que ha inspirado al artista es el egipcio, con la presencia de discos solares alados y otros motivos de la vida de ultratumba, no faltando la presencia de la esfinge que vele el sueño de los muertos. El estilo arquitectónico que más impera en las construcciones funerarias de Torrero, al igual que en otras muchas necrópolis de España, es el neogótico, de frágiles y elevadas agujas, de esbeltas formas y calados ventanales. Junto a él, un forzado neorrománico, en algunas ocasiones timbrado de cierto bizantinismo.

En la escultura, va a ser también el clasicismo el estilo que va a imperar, de serenas formas y expresiones, retratos en algunos de los casos de los difuntos en cuyo recuerdo se levantaron los monumentos funerarios. Junto a estas esculturas clasicistas se encuentran otras modernistas, esculpidas por artistas zaragozanos o foráneos que embellecieron -en breve espacio de tiempo- el cementerio convirtiéndolo -sin lugar a dudas-, en un bello museo de escultura al aire libre. Fundamentalmente los materiales empleados en las esculturas antiguas es la piedra y el mármol, imponiéndose en los últimos años algunas obras de bronce.

De entre todas las capillas funerarias, algunas de ellas muy modernas, construidas con gran profusión de vidrios de brillantes colores, hay que destacar la de la familia de Antonio Portolés (en la avenida que lleva a la Fosa Común), de formas clásicas con bellos relieves de bronce de los escultores Carlos Palao y R. Bayod (1912), además de la que es propiedad del Cabildo de Zaragoza (avenida principal, derecha, cuadro 26) o la que tiene sobre su puerta una escultura de Antonio Bueno, del año 1957, que representa a Cristo resucitado, propiedad de la familia Lara Faguas (avenida principal, esquina a la que lleva a la Fosa Común).

La lista de escultores que han colaborado con sus obras en el embellecimiento del cementerio de Torrero sería interminable de presentar, pudiéndose destacar entre ellos al ya nombrado Bayod, Buzzi-Gussoni, Cavero y Viarge, Górriz y García, Pico y Ruiz, Perie, y otros muchos.

Son varios los escultores catalanes que tienen obras en este cementerio, destacándose entre todos ellos Enrique Clarasó, con cuatro obras de innegable belleza y de gran interés. De entre todas ellas tal vez son las más interesantes la de la familia de Alberto Aladrén (avenida principal, izquierda, frente a la manzana nº9 de nichos), representando un enterrador en el momento de cavar una fosa o la del tiempo, simbolizando un viejo en actitud de arrancar las hojas del libro de la vida y con reloj de arena, hoy desaparecido, que se encuentra en la sepultura de las familias Gómez Arroyo y Sancho Arroyo (avenida principal, derecha, sepultura perpetua nº 398-399). De Ramón Subirat son los dos pequeños ángeles que sostienen la cartela central del panteón de la familia Figueras, de hacia el año 1896 (panteón 27, cuadro 22).

De entre todos los escultores aragoneses, vamos a destacar por su gran significación al escultor Dionisio Lausén. Es autor, entre otras notables obras, del Ángel de la oración del mausoleo de la familia de Matute-Pérez de 1899 (cuadro 6) o la escultura del Silencio del sepulcro de la familia de Antonio Morón de 1904 (avenida principal, derecha, frente a la manzana nº 14 de nichos), además del mausoleo de Joaquín Costa (final de la avenida principal).

No podemos olvidar el impresionante conjunto de la Fosa Común, obra del escultor zaragozano José Bueno, en la segunda década de este siglo. Representa a dos hombres desnudos que sostienen el cuerpo de otro hombre muerto (calle transversal a la avenida principal).

De la última estatuaria sepulcral podríamos destacar la escultura de niña de la tumba propiedad de Eduardo Álvarez y Pilar Sarto (cuadro A-2, sepultura 2, detrás de la de Joaquín Costa) y la modernísima escultura de la Piedad, obra de Venancio Blanco para la tumba del profesor José Camón Aznar (panteón I, cuadro 41).

AUTOR: RINCON GARCÍA, W.El cementerio de Zaragoza, Guía Histórico-Artística de Zaragoza, 1991

BIBLIOGRAFÍA

  • ALFÉREZ, F.: El cementerio de Torrero, Cuadernos de Zaragoza, 32, Zaragoza Ayuntamiento de Zaragoza, 1978.
  • BORRÁS GUALIS, G.M. / GARCÍA GUATAS, M. / GARCÍA LASAOSA, J.: Zaragoza a principios del siglo XX: el modernismo, Zaragoza, 1977.