Todo es mejor ahora, pero todo puede ser mejor también


Juan Sánchez Alconada

Víctor Manuel, durante un concierto en Oviedo en 2014, se disponía a cantar 'Solo pienso en tí', uno de sus temas más populares. La canción narra la relación de amor que surge entre Mari Luz y Antonio, quienes vivían en una residencia de Córdoba, tras haber sido marginados y olvidados por sus familias. Dos personas que coincidieron, casualmente, en el mismo lugar y por el mismo motivo: sus discapacidades. En ellos encontraron el cariño y el afecto que les habían negado sus familiares y, gracias a los pequeños detalles: las miradas, una flor o un dibujo parecido a un corazón, sintieron que no podía haber nadie en este mundo tan feliz como el uno con el otro. El cantante asturiano, antes de presentar a Miguel Ríos -su acompañante en el dueto-, dedicó unas palabras al público en referencia a "nuestros discapacitados": "Todo es mejor ahora, pero todo puede ser mejor también".

Han tenido que pasar más de 45 años para que un avance de estas características se viera reflejado en la Constitución Española. El pasado 18 de enero se aprobó en el Congreso de los Diputados la sustitución del término "disminuido" por el de "persona con discapacidad". La mayoría parlamentaria se puso de acuerdo -lo cual ya es un hecho insólito- para la modificación del artículo 49. La política se suma así a un cambio que comenzó, tiempo atrás, en el ámbito médico y, sobre todo, en el ámbito social.

 

Decía Samuel Sánchez, en una columna de opinión del diario El País, que "nombrar las cosas hace que existan. Nombrarlas correctamente es una cuestión de respeto y dignidad". En 1978 fue innovador que la Constitución reservara un artículo para las personas con discapacidad, aunque no fuera ese el nombre que les diera. Más aún teniendo en cuenta que en normas supremas de otros países contemporáneas o, incluso, posteriores no aparecían mencionadas. En España, ese artículo les hizo visibles. Pero no iguales.

 

El cambio de denominación, no obstante, no es algo actual, sino que ha sido el resultado de una lucha y de una reivindicación de décadas por parte de las personas con discapacidad. Su empuje ha sido tal, que ha logrado mover lo que parecía inamovible. Pues la Constitución, hasta este pasado 18 de enero, solo había sido modificada dos veces en 45 años de historia: en 1992, para incluir el sufragio pasivo de los residentes españoles en la Comunidad Europea (actual Unión Europea); y en 2011, para añadir el principio de estabilidad financiera y limitar, así, el déficit.

 

El paso del tiempo trae consigo cambios sociales -no me atrevo a decir avances, pues creo que no siempre son positivos-. Y estos cambios sociales deben desencadenar cambios políticos, económicos, mediáticos, culturales o, como en este caso, legislativos. Pocas dudas hay de que el cambio, esta vez, sí es un avance. Porque actualmente no se emplean los mismos términos que hace 45 años. Porque la situación política, económica, mediática, cultural y social no es la misma que entonces. Porque lo que en su momento estaba socialmente aceptado o era innovador, hoy ha quedado obsoleto.

 

Y sin embargo, sigue habiendo discriminación. Y si me preguntas, seguirá habiéndola. Pero, por lo menos, se discriminará utilizando los términos adecuados. Beatriz Jímenez, profesional de una organización que trabaja con personas con síndrome de Down, afirmó para RTVE que "es importantísimo cómo nos dirigimos a los demás porque eso influye en su autoestima, en su manera de relacionarse, de dirigirse al mundo en general". Con el cambio de nombre, las personas con discapacidad ya no son disminuidas y, por tanto, ya no son menos que nadie. Desde el pasado 18 de enero todo es un poquito mejor, aunque -como diría Víctor Manuel- todo puede ser mejor también.


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