Parques, jardines e infraestructuras verdes

Los “ojos” de Zaragoza


Las terrazas fluviales de la margen derecha del Ebro albergan una serie de balsas o humedales de gran importancia ecológica. En origen, éstas balsas fueron dolinas, hundimientos más o menos redondeados del terreno que aparecen al disolverse el material del subsuelo (generalmente yesos). El agua que contienen procedente fundamentalmente de los aportes de excedentes de regadío. Han sido denominadas “ojos” o “balsas” por las gentes de la zona.

A lo largo del siglo XX, principalmente por la expansión de cultivos, desaparecieron gran parte de estos humedales o dolinas. Hoy aún se conservan algunos de estos humedales, que destacan por su importancia, accesibilidad, mantenimiento y adecuación.

Son buenos ejemplos la Balsa de Larralde y la Balsa del Ojo del Fraile en Garrapinillos, y la Balsa del Ojo del Cura en Casetas, esta última caracterizada por sus aportes naturales de agua salobre. Ver ruta de las dolinas

Otro ejemplo de laguna salobre es es la Salada, también conocida como la Sulfúrica, que en los meses más lluviosos presenta una fina lámina de agua. Ver ruta de la Salada.

La existencia de estos humedales permite la presencia de especies de flora y fauna particulares, propias de zonas encharcadas o pantanosas como diversos tipos de anfibios, aves, insectos, carrizales (Phragmites australis) o aneas (Typha sp.), conformando un paisaje singular a las puertas de Zaragoza capital.

La principal peculiaridad hidrológica de las lagunas existentes en el sector zaragozano es que el máximo nivel de agua se da a finales del verano y principios del otoño, y el nivel mínimo a finales del inverno. Al estar conectadas las aguas de las charcas con las del subsuelo se ven afectadas por la intensidad del riego, lo que las hace muy sensibles a la acción del hombre.