Parques, jardines e infraestructuras verdes

Las estepas. El valor y la belleza de la aridez


Al alejarnos de las riberas de los ríos, los tonos verdes y azules dominantes abandonan el paisaje bruscamente, dando paso a una enorme extensión de suaves relieves y grandes espacios abiertos de tonos ocres, blanquecinos y marrones. Se perfila así el ambiente más desconocido y singular de nuestro territorio, la estepa.

A pesar de que para algunas personas la estepa es una tierra estéril y carente de vida, para la Unión Europea es posiblemente uno de los espacios más valiosos de Europa. De ahí que las estepas zaragozanas estén catalogadas como Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) y sean zonas que deben ser protegidas y cuidadas.

Este paisaje, que a simple vista no muestra la exuberancia de las riberas de los ríos, es un territorio duro y exigente, pero no carente de vida. Los organismos se han adaptado a estas condiciones, desarrollando estrategias para sobrevivir en condiciones extremas.

La conservación y protección de la estepa necesita de sus gentes, de su implicación en la defensa de un territorio reflejo de su identidad y cuya singular belleza no siempre ha sido valorada.

Flora y fauna en la estepa

Lagarto ocelado

Gangas ibéricas

Los paleobotánicos sitúan el origen de las estepas ibéricas en la era cenozoica, hace unos 8,5 millones de años, cuando los cambios en la disposición de los continentes europeo y africano y la desaparición del estrecho de Gibraltar dieron lugar a un periodo de aridez y a la llegada de especies procedentes de las estepas eurasiáticas y norteafricanas.

Las exigencias de falta de agua, sol abrasador y presencia de sales en el suelo, provocan la presencia de una flora altamente especializada: hojas pequeñas, estrechas y curvadas para minimizar la transpiración, con escamas para reflejar los rayos de sol o acumulación de agua con sales en el interior de las hojas, son algunas de las estrategias adoptadas.

La fauna de la estepa alberga grandes sorpresas, como por ejemplo los anfibios, que en otros ambientes se han visto muy reducidos por las especies invasoras, y que mantienen un buen estado de salud en los ecosistemas esteparios zaragozanos. Especies como el sapo corredor (Epidalea calamita) y el sapo de espuelas (Pelobates cultripes) componen con sus cantos una curiosa sinfonía, que se une a otros muchos sonidos durante las escasas noches húmedas de la estepa.

Los reptiles son también abundantes, siendo el más característico el lagarto ocelado (Timon lepidus), conocido en buena parte de Aragón como fardacho. Se alimenta de multitud de especies de invertebrados, e incluso de pequeños mamíferos y aves.

Los espacios abiertos que conforman la estepa dificultan el hallazgo de lugares donde refugiarse, por lo que muchas especies han adoptado una estrategia de probada eficacia: pasar inadvertidos gracias al camuflaje. El plumaje de muchas aves o el pelaje de muchos mamíferos poseen coloraciones similares a las del paisaje que los rodea, siendo así difíciles de detectar por los depredadores, incluido el ser humano. Muestra de ello son las aves más características de la estepa, como la ganga (Pterocles al- chata), la ortega (Pterocles orientalis) o la protegida alondra de Dupont (Chersophilus duponti).

La estepa del Norte: Las Planas del Castelar y vertientes


Este sector zaragozano pertenece a un polígono militar, por lo que su acceso está restringido. El Catellar debe su nombre a una zona poblada desde la antigüedad, de la que hoy sin embargo solo quedan ruinas, se sitúa en el sector noroccidental del municipio de Zaragoza que limita con los municipios de Tauste y Torres de Berrellén. Se trata de un conjunto de plataformas estructurales y de barrancos que nacen en las planas y se encajan o forman vales de fondo plano, creando un espacio de gran interés geomorfológico.

Se trata de un espacio a una considerable altitud respecto a las tierras circundantes, lo que le añade un interesante valor paisajístico, ya que se domina una extensa superficie, existiendo una serie de puntos que constituyen miradores privilegiados sobre tierras inferiores y que, además, permiten divisar en el horizonte los Montes de Zuera, La Muela, La Plana de Zaragoza y la Sierra de Alcubierre.

En las escarpadas vertientes de estas plataformas predominan las cubiertas por pino carrasco (Pinus halepensis) y encina (Quercus ilex), que han quedado como testigo de la antigua vegetación de la zona. El sotobosque está compuesto por numerosas especies arbustivas autóctonas propias del bosque mixto mediterráneo.

Es una reserva faunística digna de consideración que, al estar cerrada y protegida, permite que hayan proliferado numerosos enclaves, auténticos paraísos para la avifauna y los mamíferos.

El paisaje de las Vales de la Estepa del Sur


La estepa zaragozana del sur se extiende desde el pie de la plataforma estructural de La Muela y las vales de la margen izquierda del Huerva, la estepa de los Acampos y la parte sureste hacia La Plana, junto con el sector de Torrecilla de Valmadrid y Acampo del Hospital, hasta los regadíos de la margen derecha del Ebro. En estas zonas esteparias del Sur de Zaragoza caben destacar, por su extensión y amplitud, las llamadas vales. El espacio próximo a Torrecilla de Valmadrid es un claro exponente de estas características paisajísticas.

Las vales son valles de fondo plano originadas por la colmatación de sedimentos procedentes de la erosión de las laderas y frecuentemente aparecen abancaladas para favorecer el cultivo. Están muy extendidas por todo este territorio, en el que se erigen como protagonistas indiscutibles en los afloramientos de yeso del entorno zaragozano. Si lo observamos desde el aire, este sistema crea una compleja red de drenaje.

Vales abancaladas para su cultivo